Caía desde la tierra al cielo, inevitablemente ilógico, pero utópicamente maravilloso.
Mientras descendía desafiando todas las leyes, vi una nube formarse de cenizas y un sol que lentamente se rendía ocultándose tras aquella ventana. Tétrico, pensé... y parpadeé, al instante otra cosa presencié, como los planetas se teñían de negro azabache y en un instante eran tragados por un abismo para luego salir del mismo convertidos radiantes luces blancas. Quise acercarme y poder tocar aquella energía pero no podía parar de caer, y se esfumó, cerré los ojos y al abrirlos vi como la luna se derretía en el reflejo de un lago y como un bosque lleno de árboles de fuego botaba hojas de agua.
Aquel escenario al que le llegué sin saber como ni cuando encantó a mis sentidos, desencadenó la música en el infinito, que vacío podría haber estado pero cobró un sentido. Salir no quería, y si caer era por siempre, con gusto lo aceptaría, porque aquellas ilusiones alimentaban mi caída.
Pero no todo es para siempre, y choqué con un muro, del más fuerte de los metales, la realidad...
Continuará...
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